Todos lo hemos sentido, pero el frío como tal no existe, aunque en estos días de invierno y temporal suene raro: no puedes medir la cantidad de frío de una cosa sino su temperatura, y es precisamente la pérdida de temperatura, la pérdida de energía de los átomos que nos forman, lo que hace que tengamos la sensación que llamamos frío.
Para que se produzca esa pérdida de temperatura nuestros átomos tienen que acercarse, aunque nunca estarán en contacto con ellos, a otros a los que pasarles el calor, otros que estén a menos temperatura, otros que se muevan menos.
Por eso se muere de frío más rápido sumergido en agua que en nieve, ya que la primera tiene más átomos que la segunda en el mismo volumen; por eso puedes meter la mano en un horno caliente sin quemarte pero si tocas una sartén a la misma temperatura te quemas, pues el aire tiene muchos menos átomos en el volumen de este que rodea tu piel que la sartén en la superficie en la que la tocas.
Esta propiedad se mide en la llamada tasa de trasferencia térmica. Nadie muere a 17 grados, pero estar en el mar a 17 grados es una muerte segura tras unas horas
Esto es nada menos que la segunda ley termodinámica en acción: el universo se empeña en igualar la temperatura de todo, hasta que todo quede en equilibrio.
Así que el frío es en realidad el universo que te roba calor; el frío no entra por una ventana mal aislada o abierta, es el calor el que sale.
Estar vivos supone, por el contrario, acumular energía y guardárnosla para hacer cosas con ella; que sean más o menos interesantes ya depende de ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario